Tabla de Contenidos
2017-2018 Primer año en Can Camps
(una entrada MUY personal)
Esther y yo de ruta en el verano de 2018, antes de su partida a Plum Village
Un descubrimiento doloroso
Era agosto de 2017. Hacía pocos días que había salido de un retiro de meditación de unas cuantas semanas en las montañas. En ese retiro me había dado cuenta de cosas importantes de mí…inseguridades muy profundas acerca de mi valía y de mi capacidad para salir adelante en la vida.
En el retiro, cuando venían a mi mente pensamientos acerca del aspecto profesional (cómo conseguiría mi independencia económica, cómo hacer algo que tuviera sentido y que fuera un servicio a los demás…) notaba una sensación de bloqueo en mi mente y en mi cuerpo.
Era como un sentimiento profundo, que no sabía muy bien de dónde venía, pero que me enviaba una sensación muy negativa, fuerte e incómoda que sonaba a: “No puedo sola”, “no soy capaz de salir adelante sola, de mantenerme sola, de ganar dinero por mí misma”. Descubrí que estos no eran pensamientos superficiales, que se me pasarían con facilidad si no me enganchaba a ellos, sino que más bien era una inseguridad muy profunda y enraizada en mi psique que estaba saliendo a la luz para ser sanada.
Darme cuenta de estos pensamientos invalidantes me sorprendió porque hacia afuera yo siempre he proyectado una imagen de mucha independencia. He podido sola hacer muchísimas cosas en mi vida, he tenido iniciativa y en varias ocasiones he sido bastante valiente. Sin embargo, esa sensación de incapacidad y de falta de confianza en mí misma estaba ahí, la estaba viendo en retiro. Era real. Supe en ese momento que esta era la causa de que profesionalmente no estuviera avanzando.
La invitación de Esther
Gracias a ese descubrimiento doloroso, tomé la decisión interna de superar esa inseguridad profunda y cultivar mi auto confianza y sentimiento de valía. La vida, con su sabiduría y compasión, pronto me envío un ángel llamado Esther Montmany para ayudarme.
Esther era la mujer que se encargaba de cuidar de Can Camps, el centro de actividades de nuevo paradigma de mi maestro, Lama Djampa Gyatso. Ella se encargaba del mantenimiento y la coordinación de las actividades del centro y vivía allí con sus dos hijos, Inti y Ciel. Al salir de este viaje interior en solitario, fui a Can Camps para asistir al retiro de enseñanzas en grupo Budismo Dionisíaco dirigido por Lama Djampa, en el que estuve ayudando en la organización.
Al acabar este maravilloso retiro, Esther regresó de Plum Village, la comunidad budista del maestro Thich Naht Hanh en Francia a la que iba los veranos. Ella me conocía por ser una de las alumnas más antiguas de Lama Djampa y por haber ido a casi todos los retiros celebrados en Can Camps. Un día antes de que yo volviera a Valencia a retomar mi rutina, me pidió que nos reuniéramos. Acepté su invitación, aunque por dentro me preguntaba si es que habría hecho algo que la hubiera molestado. Nos reunimos Esther, yo y mi querida hermana de Dharma Eva Garangou bajo la venerable y anciana encina que hay cerca del centro.
Esta es la milenaria encina bajo la que nos reunimos
Recuerdo cómo la luz entraba a través de las hojas. Esther se alegró por el retiro que acababa de hacer y me contó el motivo de que nos reuniéramos. Su conexión con Thich Naht Hant y con Plum Village estaba creciendo mucho… y estaba naciendo en ella muy claramente la vocación de dedicarse por completo a la meditación. Sus planes de vida comenzaban a cambiar. Quería dentro de un año marchar de Can Camps, pero necesitaba asegurarse de que encontraba a la persona adecuada para sucederle en su trabajo. Ella y Eva habían pensado en mí. Esther me proponía ir a vivir allí con ella y su familia cuando quisiera, para poder empezar a aprender cómo llevar la casa y estar preparada para cuando ella dejara sus responsabilidades.
De inmediato, sentí en mi corazón que la respuesta era SÍ. Que quería estar allí con ellos. No la conocía mucho, ni tampoco a sus hijos, pero sentía que todo iría bien. No hubo un asomo de duda en mi mente de que aquella invitación era una bendición de mi retiro. Le pregunté cuándo podía trasladarme y me contestó: “Por mí, cuanto antes”. Al día siguiente ya estaba haciendo todas las gestiones en Valencia para poder mudarme y a las dos semanas ya me había instalado en Can Camps, situado en el pueblo de Tortellà, en el corazón de la Garrotxa catalana.
Una nueva familia
Al llegar, Esther me explicó cómo funcionaba su dinámica familiar y me dio la opción de unirme a ella como a una más. La norma básica era escucharse a una misma y respetar las necesidades y ritmos propios y de los demás. Desayunábamos, comíamos, cenábamos, hacíamos las cosas de la casa juntos. Con la pauta de que: “quien cocina, no friega”, cada vez uno preparaba la comida o la cena.
Este tema de cocinar para cuatro, aparentemente tan sencillo, a mí en ese momento me despertó inseguridades. Llevaba más de ocho años cocinando prácticamente para mí sola o como mucho para dos. Nunca se me ha dado especialmente bien cocinar. De repente me sentía un poco pérdida cocinando para una familia. Esther lo vio y sin juicio acompañó esta inseguridad mía un tanto irracional. Obviamente, después de unas cuantas veces me di cuenta de que podía cocinar para los cuatro sin problema.
Me sorprendía ver el grado de autonomía e independencia de los hijos de Esther. La hija mayor se llama Inti (que significa “Sol” en quechua) y tiene 17 años. Ciel es el hijo pequeño y tiene 14. Los dos me parecieron “meditadores” naturales. Tienen una calma, una bondad y un saber estar espontáneos. Los veía cómo fluían en el día a día, sin riñas y sin muchas emociones, disfrutando cada día de su libertad. Esther no los había escolarizado. Ella se había hecho cargo de la educación de sus hijos y los había acompañado toda su vida en su proceso de aprendizaje. El resultado de esto es que sus hijos son personas sanas, tranquilas, felices, responsables y serviciales. Con un carácter exento de las artificiosidades o inquietud emocional habituales en los adolescentes.
Inti es una chica enamorada de los caballos. Cada día dedicaba tiempo a su yegua, Brisa y daba clases a niños o adultos de vez en cuando con la otra yegua que cuida, Bibi. Cada día alimentaba y pasaba tiempo con sus yeguas a las que mantiene gracias al dinero que va ganando dando clases. Ciel en esa temporada estaba interesado por los trucos de magia. Practicaba y leía libros sobre el tema y luego se deleitaba haciéndonos trucos de cartas que nos dejaban con la boca abierta.
Esther se dedicaba a cuidar de la casa, de sus hijos y a organizar una vez a la semana sus “trobades” dónde enseñaba a madres a acompañar de forma consciente a sus hijos en su crecimiento. Era un ritmo de vida activo pero tranquilo, con mucho espacio.
Yo no estaba acostumbrada a vivir en “comunidad”. Conocía la dinámica solitaria del compartir piso, dónde cada uno cocina para sí y hace su vida por su lado. Pero muy pronto me adapté a esta dinámica familiar, en la que me sentía bien acogida. Volví a respirar el ambiente cálido y amoroso de una familia. Entres los cuatro cuidábamos de Can Camps y lo preparábamos para todas las actividades que tenían lugar. Yo especialmente dedicaba mucho a tiempo a trabajar para mi Sangha, mi comunidad espiritual, en la organización de los retiros y en otros temas.
Aprender a soltar
Cuando fui a Can Camps, estaba desde hacía unos meses sosteniendo una relación a distancia con un chico que había conocido un año antes en Nueva York. Él es una bellísima persona y estábamos ilusionados haciendo planes para que él viniera a vivir a España y empezar una vida juntos.
Sin embargo, a pesar de que todo parecía ir bien, dentro de mí había una inquietud. Estaba empezando a sentir que necesitaba soltar la relación. En la comunicación diaria había algo que me agobiaba. Sentía que estábamos construyendo la casa por el tejado…que había mucha fantasía y poca tierra, pocas raíces.
El ambiente familiar y la creciente y profunda amistad que fui entablando con Esther empezaban a darme el calorcito y el cariño que mi corazón herido y frío estaba anhelando. En un momento de claridad, me di cuenta de que había iniciado la relación para poder desengancharme de una relación anterior, que había sido bastante tóxica y dolorosa. Me di cuenta de que había en nuestra forma de relacionarnos un peligro muy grande de desarrollar una dependencia emocional fuerte. Yo venía de vivir una relación de mucha dependencia y sufrimiento y la sola idea de volver a meterme en una relación similar me daba pavor.
Al darme cuenta de todo esto, decidí que debía cortar la incipiente relación. No creía que fuera justo para la otra persona la motivación que me había llevado a empezar a relacionarme. Vi que estaba intentando “quitar un clavo con otro clavo” y no sentía que eso fuera sano ni bueno para ninguno de los dos.
Un triste día de octubre, hablé con él y le comuniqué la decisión. Fue muy doloroso para los dos…porque realmente había una bonita conexión. Pero dentro de mí sabía con certeza que lo más sano y sabio era soltar para poder sanar y coger fuerza en mí misma antes de empezar otra relación. Pasé tres días llorando, sintiéndome mala persona por haberlo dejado, con miedo de arrepentirme después de la decisión porque realmente el chico valía mucho la pena. Fueron tres días de dolor profundo y de sentirme muy harta de mi ego, de mis heridas y de mis traumas.
Por suerte, Esther estaba ahí a mi lado, acompañando conscientemente, como hacía con los bebés, con los niños, con sus hijos, escuchando, sin juzgar y ofreciendo todo su amor, comprensión y presencia. Su apoyo me ayudó a recuperarme del disgusto pronto y a reafirmar la validez de mi decisión. Poco a poco, sanando mis heridas sentía como me iba empoderando.
“Les trobades”
Empecé a asistir con regularidad a los encuentros que Esther organizaba con familias. En estos encuentros ella enseñaba su método de acompañamiento consciente en la crianza. Ahí aprendí cómo relacionarme con los niños y conmigo misma de manera más respetuosa. Descubrí el poder transformador que podía tener la maternidad o paternidad cuándo se abordaban con una perspectiva espiritual y de autoconocimiento. Todo aquello que aprendía con respecto al acompañamiento de los niños, empezaba a aplicarlo hacia mí misma, acompañando con el mismo amor y sin juicio mis emociones, altibajos, flaquezas y errores.
Fui reconociendo uno de mis demonios internos más fuertes, la autoxigencia, y cómo este monstruo me devoraba. Reconocí mi dificultad de valorar lo que yo era y hacía, debido a que un dictador interno siempre juzgaba que podría ser o hacer todo mejor. Dentro de mí, nunca me sentía suficiente. Esta herida, poco a poco, iba siendo sanada gracias a la valoración que me daba Esther, otras personas cercanas de mi comunidad espiritual y a mi propio esfuerzo por valorarme. Pero todavía me queda un largo camino por delante en este sentido.
En los encuentros, me di cuenta de cómo a veces me costaba cuidar de mí misma: descuidándome el abrigo, la comida, el agua u otras necesidades básicas. O de cómo me costaba tener fe en mi capacidad de resolver problemas que nunca había resuelto antes, sobre todo cosas de tipo manual, ya que mi auto estima se había creado más alrededor de una auto imagen de “capacidad intelectual”. Me veía más rata de biblioteca que otra cosa.
Todo esto conectaba con la enseñanza de la autonomía de Esther en la crianza. Poco a poco el ir trabajando esta autonomía, ir atreviéndome a ir más allá de la zona de confort conocida acerca de lo que podía o no hacer fue haciendo crecer mi auto confianza.
La despedida
Fueron pasando los meses de convivencia con Esther, su familia y las familias de “les trobades”. La relación con Esther se fue profundizando y a día de hoy es para mí una de mis mejores amigas. Podría contar muchas otras anécdotas y aprendizajes de esos meses con Esther, pero escribiría un libro, no una entrada de blog.
Poco a poco se acercaba el día en el que ella dejaría Can Camps para ir a recorrer su camino espiritual a Plum Village. Al final del verano de este año 2018 llegó ese día y después de pasar una semana de compartir mucho, nos despedimos con la seguridad de que nos llevamos cada una en el corazón y con la certeza de que nos volveremos a encontrar. Empezaba mi nueva etapa en Can Camps, como encargada del centro, con la preciosa y valiosa compañía de Inti, la hija de Esther, que se quedaría conmigo para poder seguir asistiendo a su trabajo y cuidando de sus yeguas.
Comparto esta entrada tan personal con el deseo de que mi experiencia vivida pueda servir a la vida de alguien y como agradecimiento a todas las personas que durante este primer año en Can Camps han sido un apoyo y una fuente de crecimiento.
Un abrazo de luz y bendiciones
Ana María
Gracias Ana María, por compartirlo, qué bello! Y Gracias a Esther y familia por tanto!
❤️
Gracias a ti Mónica por leerlo y por comentar, me alegro que te haya gustado. ¡Un abrazo!
Anna Maria. La teva trajectòria és bónica com tu. El teu relat m’ ha ressonat dins meu. La vida ens porta haver de pendre decisions i tu ho has fet . Has apostat per escoltar el teu cor. Segur que el camí que fas serà ple de bones persones. Tens olfacte i tens talent per caminar amb elegancia per aquest camí anomenat : vida.
Una abraçada!!!
Tinc ganes de veure’t !!!
Bernadette
Moltes gràcies Bernadette! Sí, per ara vagi escoltant el meu cor i fer-ho em porta per bon camí i trobar-me amb bones persones! Jo també tinc ganes de que ens tornem a trobar a Can Camps! Una abraçada!
Hola preciosa
Avui buscant un altre vosa he tornar a llegir les teves paraules. Ets preciosa. Gràcies! Esther